miércoles, 25 de febrero de 2009

Denisse Dresser, Carlos Slim, la crisis y los monopolios

Estimado Ingeniero:
Le escribo este texto como ciudadana. Como consumidora. Como mexicana preocupada por el destino de mi país y por el papel que usted juega en su presente y en su futuro. He leído con detenimiento las palabras que pronunció en el Foro Qué Hacer Para Crecer y he reflexionado sobre sus implicaciones. Su postura en torno a diversos temas me recordó aquella famosa frase atribuida al presidente de la compañía automotriz General Motors, quien dijo: “Lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos”. Y creo que usted piensa algo similar: Lo que es bueno para Carlos Slim, para Telmex, para Telcel, para el Grupo Carso, es bueno para México. Pero no es así. Usted se percibe como solución cuando se ha vuelto parte del problema; usted se percibe como estadista con la capacidad de diagnosticar los males del país cuando ha contribuido a producirlos; usted se ve como salvador indispensable cuando se ha convertido en bloqueador criticable. De allí las contradicciones, las lagunas y las distorsiones que plagaron su discurso, y menciono las más notables:
–Usted dice que es necesario pasar de una sociedad urbana e industrial a una sociedad terciaria, de servicios, tecnológica, de conocimiento. Es cierto. Pero en México ese tránsito se vuelve difícil en la medida en que los costos de las telecomunicaciones son tan altos, la telefonía es tan cara y la penetración de internet de banda ancha es tan baja. Eso es el resultado del predominio que usted y sus empresas tienen en el mercado. En pocas palabras, en el discurso propone algo que en la práctica se dedica a obstaculizar.
–Usted subraya el imperativo de fomentar la productividad y la competencia, pero a lo largo de los años se ha amparado en los tribunales ante esfuerzos regulatorios que buscan precisamente eso. Aplaude la competencia, pero siempre y cuando no se promueva en su sector.
–Usted dice que no hay que preocuparse por el crecimiento del Producto Interno Bruto; que lo más importante es cuidar el empleo que personas como usted proveen. Pero es precisamente la falta de crecimiento económico lo que explica la baja generación de empleos en México desde hace años. Y la falta de crecimiento está directamente vinculada con la persistencia de prácticas anticompetitivas que personas como usted justifican.
–Usted manda el mensaje de que la inversión extranjera debe ser vista con temor, con ambivalencia. Dice que las empresas modernas son los viejos ejércitos. Los ejércitos conquistaban territorios y cobraban tributos”. Dice que ojalá no entremos a una etapa de Sell Mexico a los inversionistas extranjeros, y cabildea para que no se permita la inversión extranjera en telefonía fija. Pero al mismo tiempo usted, como inversionista extranjero en Estados Unidos, acaba de invertir millones de dólares en The New York Times, en las tiendas Saks, en Citigroup. Desde su perspectiva incongruente, la inversión extranjera se vale y debe ser aplaudida cuando usted la encabeza en otro país, pero debe ser rechazada en México.
–Usted reitera que “necesitamos ser competitivos en esta sociedad del conocimiento y necesitamos competencia; estoy de acuerdo con la competencia”. Pero al mismo tiempo, en días recientes, ha manifestado su abierta oposición a un esfuerzo por fomentarla, descalificando, por ejemplo, el Plan de Interconexión que busca una cancha más pareja de juego.
–Usted dice que es indispensable impulsar a las pequeñas y medianas empresas, pero a la vez su empresa –Telmex– las somete a costos de telecomunicaciones que retrasan su crecimiento y expansión.
–Usted dice que la clase media se ha achicado, que “la gente no tiene ingreso”, que debe haber una mejor distribución del ingreso. El diagnóstico es correcto, pero sorprende la falta de entendimiento sobre cómo usted mismo contribuye a esa situación. El presidente de la Comisión Federal de Competencia lo explica con gran claridad: Los consumidores gastan 40% más de lo que debieran por la falta de competencia en sectores como las telecomunicaciones. Y el precio más alto lo pagan los pobres.
–Usted sugiere que las razones principales del rezago de México residen en el gobierno: la ineficiencia de la burocracia 20 gubernamental, la corrupción, la infraestructura inadecuada, la falta de acceso al financiamiento, el crimen, los monopolios públicos. Sin duda todo ello contribuye a la falta de competitividad. Pero los monopolios privados como el suyo también lo hacen.
–Usted habla de la necesidad de “revisar un modelo económico impuesto como dogma ideológico” que ha producido crecimiento mediocre. Pero precisamente ese modelo –de insuficiencia regulatoria y colusión gubernamental– es el que ha permitido a personas como usted acumular la fortuna que tiene hoy, valuada en 59 mil millones de dólares. Desde su punto de vista el modelo está mal, pero no hay que cambiarlo en cuanto a su forma particular de acumular riqueza.
La revisión puntual de sus palabras y de su actuación durante más de una década revela entonces un serio problema: Hay una brecha entre la percepción que usted tiene de sí mismo y el impacto nocivo de su actuación; hay una contradicción entre lo que propone y su forma de proceder; padece una miopía que lo lleva a ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio.
Usted se ve como un gran hombre con grandes ideas que merecen ser escuchadas. Pero ese día ante los diputados, ante los senadores, ante la opinión pública, usted no habló de las grandes inversiones que iba a hacer, de los fantásticos proyectos de infraestructura que iba a promover, del empleo que iba a crear, del compromiso social ante la crisis que iba a asumir, de las características del nuevo modelo económico que apoyaría. En lugar de ello nos amenazó. Nos dijo –palabras más, palabras menos– que la situación económica se pondría peor y que ante ello nadie debía tocarlo, regularlo, cuestionarlo, obligarlo a competir. Y como al día siguiente el gobierno publicó el Plan de Interconexión telefónica que buscaría hacerlo, usted en respuesta anunció que Telmex recortaría sus planes de inversión. Se mostró de cuerpo entero como alguien dispuesto a hacerle daño a México si no consigue lo que quiere, cuando quiere. Tuvo la oportunidad de crecer y en lugar de ello se encogió.
Sin duda usted tiene derecho a promover sus intereses, pero el problema es que lo hace a costa del país. Tiene derecho a expresar sus ideas, pero dado su comportamiento es difícil verlo como un actor altruista y desinteresado que sólo busca el desarrollo de México. Usted sin duda posee un talento singular y loable: sabe cuándo, cómo y dónde invertir. Pero también despliega otra característica menos atractiva: sabe cuándo, cómo y dónde presionar y chantajear a los legisladores, a los reguladores, a los medios, a los jueces, a los periodistas, a la intelligentsia de izquierda, a los que se dejan guiar por un nacionalismo mal entendido y aceptan la expoliación de un mexicano porque –por lo menos– no es extranjero.
Probablemente usted va a descalificar esta carta de mil 20 maneras, como descalifica las críticas de otros. Dirá que soy de las que envidian su fortuna, o tienen algún problema personal, o una resentida. Pero no es así. Escribo con la molestia compartida por millones de mexicanos cansados de las cuentas exorbitantes que pagan; cansados de los contratos leoninos que firman; cansados de las rentas que transfieren; cansados de las empresas rapaces que padecen; cansados de los funcionarios que de vez en cuando critican a los monopolios pero hacen poco para desmantelarlos.
Escribo con tristeza, con frustración, con la desilusión que produce presenciar la conducta de alguien que podría ser mejor. Que podría dedicarse a innovar en vez de bloquear. Que podría competir exitosamente pero prefiere ampararse constantemente. Que podría darle mucho de vuelta al país pero opta por seguirlo ordeñando. Que podría convertirse en el filántropo más influyente pero insiste en ser el plutócrata más insensible. John F. Kennedy decía que las grandes crisis producen grandes hombres. Lástima que, en este momento crítico para México, usted se empeña en demostrarnos que no aspira a ser uno de ellos.
Denisse Dresser

martes, 24 de febrero de 2009

¿Y tú eres googleable?

¿Se les ha ocurrido poner su nombre completo en Google y ver qué hay de ustedes? Eso he realizado esta tarde y vaya sorpresa, no soy MUY conocida; pero si la imagen es cierta: EXISTO. Dos poemas que no recordaba, que ahora mismo no entiendo; dos cartas en un sitio de música; mi faceta de periodista y hasta en un directorio de historiadores, lo que alimenta mi CV.
Vaya, si quisiera esconderme de alguna y otra forma no lo lograría.

Suena: "Cuarto movimiento: La realidad" de Extremoduro

Besos.


lunes, 23 de febrero de 2009

Vomitona

No estoy mal, pero tampoco bien: sólo extraña y con ganas, hartas, de no estarlo.

viernes, 20 de febrero de 2009

De la semana

Esta semana (a decisión de Erika, Gabriela y yo) ha sido de las peores en lo que va del año; sobre todo en cuestiones sentimentales y laborales. Sin embargo, nos queda mirar hacía arriba y adelante. Después de todo, ya no hay más ganas ni opción para decepcionarse (o quizá sí, pero con esto nos basta). Hace unos días pensabamos, con los del trabajo, si el refran: "Afortunado en el juego, desafortunado en el amor" tiene algo de cierto. De tanto pensar nos ha dado flojera y hemos decidido dejarlo al tiempo, al universo y sólo ser valientes.
Por cierto, tengo cuatro hijas nuevas, estoy en busca de nombres, ¿alguna idea?
Mientras, posiblemente se llamen: Quina, Bebe, Amaría y Martina...

martes, 17 de febrero de 2009

Un viaje próximo

Viajó por 8 horas, y por primera vez, en un aeroplano. Cruzó el contienente y llegó poco menos que al otro lado del mundo, hacía el sur. Las calles de Chile son más reducidas, al menos eso pensó, cuando doblaba las esquinas y el viento le sacudía la cara y la ropa; las piernas le temblaban y al cerrar los ojos se hallaba, de nuevo, dos esquinas atrás. "Es que el tiempo aquí no existe", pensó.

lunes, 16 de febrero de 2009

FIN

Hay un dolor que después de cierto tiempo se convierte en nostalgía. Sí, "nostalgía" como aquello que no se sabe explicar con precisión, que se guarda en lo hondo. Esta nostalgía nos hace renovar la piel, mudarnos de rincones conocidos, de casas y objetos; quedamos vacíos y dispuestos a llenarnos de nuevo.
Tengo un corazón dispuesto.

domingo, 8 de febrero de 2009

Cuando dije: "Soy lesbiana"

Mi familia es matriarcal, sí, tengo un padre y un abuelo materno que viven en casa, pero mi vida siempre ha estado rodeada de mujeres. Quienes toman las decisiones "rápidas", porque ellos están trabajando, han sido mi abuela, tías, madre, primas y hasta hermanas. No creo, no sé bien, si eso sea parte de mi explicación a asumirme como soy: lesbiana (para catalogarlo de algún modo, para etiquetarme e identificarme). La verdad yo creo que es una variable, una hipótesis (por tenerla).
Nunca, hasta los 16 años, me pregunte ¿quién me gustaba, si los hombres o las mujeres, o ambos? Pero, quizá debía pasar así, mamá soñó un día que yo me iba a vivir con, entonces, una de mis amigas de la preparatoria; la razón: porque le amaba. En la tarde ya me estaba preguntando si era lesbiana: "Quiero que me digas la verdad, antes que nada eres mi hija y sabes cuánto te desee, no, no lo sabes, pero te desee desde muy pequeña, durante cinco años esperando la oportunidad de cuidarte, ¿eres lesbiana?
La respuesta fue que no, pero en cuanto lo supiera ella lo sabría. Y así fue. Después de asimilarlo yo, se lo dije un primero de octubre (o por ahí) de hace un par de años. Desde entonces, cuando siento que estoy más lejos de ella, cuando siento que en realidad no me ama, pienso en su preocupación. Al final, no le importó que sea lesbiana, lo que le importó y le importa es cuánto daño me puedan hacer las personas por mi condición.
A veces, en pláticas familiares defiende el punto de decidir a quién amas. Porque con todo y que seamos una familia extrañamente unida, hay personas que se resisten a la diversidad, a la libertad de elegir. Entonces, ahí, me siento orgullosa y feliz porque están ahí, porque mi padre lo sabe (yo lo sé) aún sin decirlo. Es mi padre y tiene el mismo olfato que mamá.