
M.
I can only give you love that lasts forever,
And a promise to be near each time you call.
And the only heart I own
For you and you alone
That's all,
That's all...
I can only give you country walks in springtime
And a hand to hold when leaves begin to fall;
And a love whose burning light
Will warm the winter's night
That's all,
That's all.
There are those I am sure who have told you,
They would give you the world for a toy.
All I have are these arms to enfold you,
And a love time can never destroy.
If you're wondering what I'm asking in return, dear,
You'll be glad to know that my demands are small.
Say it's me that you'll adore,
For now and evermore
That's all,
That's all.
He sentido alegría infinita por el triunfo de España en el Mundial de Sudáfrica, además de que hoy (aunque en estas coordenadas no se observó) hubo un eclipse especial en la Isla de Pascua.
Sin embargo, y en atención al Mundial, mirando las noticias pensé que todos llevamos en el fondo un gen africano. Si el hombre nació en aquel lejano lugar, si el primero de todos surgió ahí, todos tenemos algo de africano.
En este sentido, creo que el Mundial fue la oportunidad para regresar a aquel continente, que en pleno siglo XXI está lleno de contrariedades: pobreza-riqueza, escasez-lujos, enfermedad-salud… Sí, como casi todos, pero hasta en eso hay niveles y el progreso, la igualdad, las oportunidades y la justicia le deben mucho a África.
No creo casual, aunque sí sin propósito, que este deporte-espectáculo nos haya acercado, en el marco de una de las peores crisis económicas y humanitarias, al origen del hombre.
Cuando miles de millones celebran un triunfo (me cuento entre ellos), los expertos del balompié cuestionan el arbitraje y el uso de la tecnología, otros en el estadio Soccer City se preguntan ¿en qué se ganarán la vida mañana?
Pero por fortaleza no paramos, porque la fortaleza es algo tan humano como primitivo. Si de fortaleza hablamos, como ejemplo tenemos la aparición del hombre y a ese continente, su cuna, azotado por la desgracia e inquebrantable hasta lograr sus épicas victorias; un continente que se unifica ante los otros, pero que se diversifica para sí mismo.
Y es que a veces la fuerza está ahí, sólo nos falta mirar un poco más hacía dentro, hacía el principio, lo primitivo y humanamente puro, que algo bueno ha de tener si con ello el hombre sobrevivió y se impuso ante cualquier otra especie en el planeta.
¿Qué tenemos de primitivo y humanamente puro para reaccionar ante la catástrofe social, económica, política y ambiental que hemos construido? ¿Qué tenemos?
Hay un mundo con el que no estoy conforme, en el que la gente se siente cada vez más alejada. Me pasaba que cuando mi abuelo vivía las personas se acercaban a él para rememorar los viejos años: un amor de juventud, un trabajo, los paseos a caballo, los partidos de beisboll, el juego de tennis que quedó pendiente. Me pasaba que le miraba y mis ojos se inundaban. Ellos tenían esa clase de conexión que las nuevas generaciones perdíamos, nos volvimos más distantes, más crédulos, menos humanos, más solitarios y viscerales. Sí, y quizá ahora tengan razón cuando me dicen que no puedo cambiar las cosas; pero no estoy dispuesta a vivir en un mundo con esas características.
Leí “Manual de autoayuda 8” y entendí que estaba haciendo bien, que hoy estoy haciendo bien en inmortalizar lo que me es importante.
Al principio, cuando comencé a escribir tuve miedo de modificar los recuerdos y confundir la realidad con la ilusión. Después comprendí que no tenía por qué preocuparme, de cualquier modo eso hacía cada día de mi vida:
No hay nada que habite en mi cabeza que no haya pasado con el verdugo, quien decide qué cosa ha de quedarse conmigo y qué cosa habrá de partir recién encienda la mañana.
Recuerdo como el corazón troquelaba mi cabeza, como ame hasta partirme en dos… el tiempo, los días negros y el sube-baja de mi vida.
Le recuerdo, le abrazo.
En ese entonces, vi crecer soles por todas partes. De la tierra, del fuego, del aire, del agua, del universo entero salían soles y noches, estrellas pequeñas y gigantes. Todo se arremolinaba dentro como un universo diminuto que me absorbía cada día más hacía dentro.
Había ocasiones que la luz y ese azul celeste me hacían olvidar respirar. Todavía hoy, algunas veces, escucho esa risa que me paralizaba el corazón. No puedo dormir hasta que pienso en sus cabellos y me abrazo a su sombra languidezca y pálida. Me amarro a su cintura sin que lo sepa y vuelo.
El resto de los días soy una buena compañía, sin metas a largo plazo, sin charlas sobre el futuro. Descubrí que el amor es la invención más grande del ser humano. ¿Quién fue el primero en amar y ser amado? ¿Quién será el último?
Me gustaba mucho lo qué hacías, quién eras, me gustaba todo de ti. Bueno no todo, pero de algún modo extraño respetaba lo que no. Sí, está bien, voy a confesarlo, hubo un tiempo en que quise cambiarte porque eras todo lo que yo deseaba y temía.
Hasta esos días, yo no tenía la fuerza suficiente para hacer lo que realmente deseaba. Sin embargo, tú decidiste terminar lo que no querías y hacer las cosas que deseabas sin pensar en más. Aún hoy puedo ver cómo salen de tu corazón partituras y, si guardo silencio escucho el transcurrir de la sangre por tus venas en una bella sinfonía.
Eras paciente, vaya que lo eras. Yo una desenfrenada.
Eras importante porque no sólo existías sino porque pensaba en ti, incluso antes de hacerlo.
Pero lejos de todo, aprendí algo: las personas que trascienden, aún a pesar de nuestras propias expectativas y deseos, son aquellas de las que no debemos alejarnos; sin embargo, debemos aprender a vivir sin ellas.
Lo logré. Ya no tengo 23.
"nuestras vidas empiezan a morir el día que callamos
cosas que son verdaderamente importantes..."
M.L.K.
Crecí con la imponente capacidad de no saber cómo decir las cosas. Sin embargo, con el paso del tiempo, también llegue a perder la claridad del sentimiento que se transforma en pensamiento y luego en palabra.
A los 23 años hablaba poco, realmente casi nada; sobre todo si se trataba de mí y las percepciones que tenía del mundo de entonces. En esos días mi corazón se sostenía con un pequeño hilo, tan delgado y ligero que pude ahorcarme con él y terminar degollada delicadamente.
Hacía tres, ya casi cuatro años, que había conocido la locura de un amor producto de la globalización o, cuando menos, de la sociedad de la información. Leí a María José en un portal de fotografías y sin saber por qué, comencé a escribirle cada día. Algo dentro de mí se conectó con algo dentro de ella. Fue mi perdición.
Creo que en ese momento, muchos de nosotros nos vimos envueltos en los resultados del desarrollo tecnológico. Fuimos de las primeras generaciones en experimentar los cambios y sus consecuencias.
Entonces las cosas sucedieron más o menos así…
Dentro de mí, una pequeña luz se mantenía viva. Por primera vez aceptaba que no sabía a dónde iba, ni cómo llegaría; reconocía mi inconstancia y el poco amor que me tenía. Aleje muchas personas de mi vida, incluso mientras crecía, pero la que más me dolió fue ella.
Durante días dormitaba apenas y sin saber por qué, escuchaba dentro de mí su voz suave agitarse hasta crear una tormenta; su rostro blanco se sonrojaba y entristecía. Nada pude hacer mientras destrozaba nuestro sueño.
Años más tarde seguiría aferrada a ese sueño, destrozando otros. Yo no lo sabía.
Y no sé qué voy a hacer contigo en mi vida. ¿Dónde te acomodo? Vamos, que sé que te puedo apreciar, que me puedo sonrojar (justo como cuando me miras), pero de eso no va la vida. La vida va mucho más allá, va de amar, de romperte el alma y el corazón, de que se te va el aire, de que no te queda nada si de pronto, en un instante, miras a una persona y descubres lo que hace mucho habías olvidado: que vale la pena vivir, que no importa qué o cuánto sea ese momento, lo entiendes todo; que vale la pena vivir sólo por mirarle y amarle desde el fondo, con cada pliegue, con cada hueco, con cada vello. Lo entiendes todo. O cuando menos, ya no preguntas nada.
Hace mucho que se me fue la cabeza y los pies también; mucho tiempo que no voy en sintonía con este mundo, que no tengo espacio. Hasta un desliz me sabe mal y actúo justo como las personas que critico. ¿Ves? Ya no sé de qué va este momento de mi vida y aún así tú insistes en quedarte conmigo y me divierte, pero no debe divertirme, debe arrancarme el alma, debe dejarme sin aliento.
Mientras tú, que lo sabes y me miras, te me pones enfrente y me das cada dos semanas, dos semanas más para que lo piense. Esperas que decida quedarme contigo. Yo no decido nada y otras dos semanas más. No es justo. No es justo, pero me gusta jugar aunque te rompa el corazón y tú no logres colocar al mío.